No hay otro camino que el de la UNIDAD


Dejar en manos de empresarios de la demoscopia el destino de nuestras decisiones estratégicas manifiesta una grave pérdida del sentido político y un avasallamiento del sentido de moral pública. Hacerlo hoy a nuestro favor es tan criminal como permitir que lo sea mañana a favor de nuestros adversarios.
 Antonio Sánchez García

“Verso, o nos condenan juntos, ¡O nos salvamos los dos!”                                   

José Martí, Versos sencillos

 Se lo ha reiterado hasta el cansancio, pero nunca es innecesario repetirlo: sólo la unidad de los demócratas puede hacerle frente exitosamente a una tiranía. Particularmente si se trata de una tiranía que ha echado raíces en la ignorancia del sentimiento popular y domina el arte del sometimiento, del fraude, del engaño. Y más aún si es inescrupulosa, como sólo una tiranía puede serlo, y está dispuesta a matar para afianzarse aún más y entronizarse para siempre. Luego de someter y apropiarse de todos los poderes públicos y no tener frente suyo a un solo contrapoder capaz de ponerle un fin definitivo. Que no sea – he allí la clave – el de un pueblo férreamente unido y dispuesto a jugarse la vida por la libertad y la justicia aherrojados.


Es la naturaleza de la tiranía que hoy impera en Venezuela y a cuyo desplazamiento y superación se han comprometido todos las fuerzas de la decencia nacional. Una tiranía que posee el poder de las armas, a las que ha  comprado con la corrupción del rentismo petrolero, primero, y entregándoles el control del narcotráfico, después; que cuenta con el respaldo del más aleve y siniestro de los poderes tiránicos que hayan existido en el Caribe y América Latina – la satrapía castrista; y que dispone de los más poderosos recursos económicos y financieros jamás existidos en nuestro país y en país alguno de la región: el petróleo manejado con espíritu de saqueo y expoliación y los fastuosos ingresos del narcotráfico.


 Pues quiera o no quiera hacerlo explícito por razones tácticas o estratégicas, la oposición venezolana enfrenta a un tirano y ha de vérselas con una tiranía que dispone de los mayores recursos imaginables. No sólo ni principalmente con un mal gobierno y un pésimo presidente de la república. Que no por contar con la complicidad o la aquiescencia de amplios sectores de la población más menesterosa de nuestro país, que aún no aprende a valorar en su justo significado los principios morales y espirituales que nos conforman como Nación, es menos canallesco y alevoso. Verificándose el insólito extravío de que son víctimas precisamente esos sectores que lo respaldan, carne de cañón de la compra de conciencia y la obra de auto mutilación en que están empeñados el tirano y su tiranía. Esos sectores depauperados son los chivos expiatorios del deterioro material y espiritual del país. ¡Y creen ser sus principales beneficiarios!


Con lo cual se dificulta inmensamente el combate contra la maldad intrínseca del régimen: es una tiranía que puede pavonearse de contar con amplios respaldos populares, a los que ha terminado por envilecer, extraviar,  pervertir y adormecer.  A los que seduce con la promesa eternamente incumplida, a los que pretende convertir en protagonistas de un proceso de liberación que busca precisamente lo contrario: instaurar una dictadura permanente. Para lo cual le es esencial depauperar, envilecer, empobrecer, pervertir y engañar.


  ¿Cómo provocar el despertar del engaño y la apatía en que el terror, el hambre, el desempleo y la permanente dependencia de las dádivas de la tiranía mantienen a amplias masas de los sectores menos favorecidos del país? ¿Cómo hacerles ver el extravío y el abismo a los que el régimen los conduce? ¿Cómo lograrlo si las fuerzas de la conciencia nacional no se unifican por encima de sus legítimas diferencias, postergan el logro de sus legítimas ambiciones y posponen la conquista de sus anhelos particulares en aras del bien común?


Con la unidad sucede como con el maravilloso verso de Antonio Machado: “Caminante no hay camino. Se hace camino al andar”. La unidad no es un objeto listo y empacado para quienes la anhelan y necesitan como al agua el sediento: es un proceso en permanente construcción, una andadura interminable y sin fin que se va creando y fortaleciendo a medida que se materializa. La unidad no es ni un contrato ni un acuerdo de fácil materialización: es una acción cotidiana, un tejido de vida, un compromiso existencial que debe ser reafirmado día a día y paso a paso. Un ejercicio de comunión diaria, frente al que nunca damos lo suficiente y frente al cual siempre estamos en deuda. Pues en la medida de los gigantescos desafíos que enfrentamos siempre estamos menos unidos de lo que debiéramos, deuda que sólo podrá ser saldada el día en que el magno cometido que nos hemos propuesto – desplazar del poder a quienes envilecen nuestra nacionalidad y pervierten nuestras tradiciones y costumbres – sea plenamente logrado. Y nos hagamos al propósito único y verdadero: reconstruir la república sobre nuevas bases, obtener el progreso y la prosperidad que nos merecemos con laboriosidad y disciplina, y sentirnos orgullosos del papel que como nacionales de un país renovado desempeñaremos en el concierto de las naciones.


 Dada la naturaleza espiritual del cometido unitario y la necesaria voluntariedad de la adscripción, la unidad no puede ser impuesta por la fuerza, a palos. Pues la unidad es asunto de libre albedrío. Más, muchísimo más aportan a la unidad aquellos que están dispuestos a sacrificar sus propios intereses en bien del interés común. Pues son ellos los verdaderos protagonistas de la unidad que reclama el proceso histórico. Pero tampoco el  sentirse y ser depositarios del auténtico mensaje unitario faculta a quienes desbrozaron el camino para apartar del sendero a quienes se suman a medias, lo hacen a desgano, por cálculos mezquinos, condicionan la unidad de acción al privilegio del fruto que pretenden les pertenece por derecho propio. Pues creen – y ese es el gravísimo error – que ellos solos pueden con la pesada carga.


La unidad del cálculo, no es unitaria. La unidad auténtica se nutre del  sacrificio y la generosidad. Sirve al engrandecimiento de la cruzada, fortalece la andadura y puede llegar a hacer invencible el esfuerzo pretendido. Pues la unidad – asunto que quienes desconfían de ella desconocen – se autoalimenta, se retroalimenta, combina todos los elementos unidos para convertirlos en un poder y en una energía inéditas que nada ni nadie puede detener.


Esa es la fuerza de la unidad. Si ella se ha convertido en el motor interior de un esfuerzo colectivo y no es la máscara falaz que oculta pugnas intestinas, ambiciones descontroladas, pretensiones desmedidas. La historia está llena de éxitos obtenidos gracias a la unidad de quienes se mancomunaron tras un objetivo superior. Pero también está llena de fracasos de quienes no estuvieron a la altura de sus circunstancias y carecieron de la lucidez, la inteligencia, la generosidad que el momento histórico exigía. Pues no hay otro camino que la unidad.


Todos los otros caminos conducen al fracaso. La desunión es la madre de todas las frustraciones, el sendero seguro al infierno de las derrotas. De allí la vieja sentencia de los tiranos: divide et impera. Divide y dominarás. La unidad, en cambio, hace la fuerza.


Así suene majadero volver a repetirlo: no hay otro camino que el de la unidad. Es el único camino cierto hacia la victoria. Así el enemigo invoque todas las malas artes de la manipulación política para sembrar el desconcierto, el miedo y la desunión. Última baza con la que cuenta el régimen para tratar de impedir la catástrofe que le acecha y la muerte que ya ronda por sus cuarteles. Tarea de desánimo y desconcierto que en gran medida encarga a quienes venden sus habilidades de manipular el mercado político al mejor postor. Pues yendo a la esencia del asunto: así las encuestas no se equivoquen: se equivocan los engañados. De someternos a la falaz tiranía de los numeritos y traicionar los verdaderos objetivos estratégicos de saneamiento nacional nos entregaríamos atados de pies y manos a la perversión moral de falsas mayorías.


Que la unidad es el único camino lo han demostrado todos los últimos procesos electorales. En todos ellos obtuvo la victoria la oposición democrática. Tras haber superado las diferencias y haberse unido. En todos ellos demostró la canallesca falacia de encuestadores y manipuladores de oficio. Sólo la inmoralidad que ha hecho carne de nuestra vida pública puede escamotear esa verdad del tamaño de una catedral: los falsos gurúes de la opinión aseguraron que perdíamos el Referéndum Constitucional: arrasamos. Reacción del tirano: “una victoria de mierda”. Las vacas sagradas del marketing político pusieron a Ledezma en la cola de los perdedores mientras declaraba vencedor antes de tiempo a Aristóbulo Istúriz, la mejor carta del régimen: Ledezma arrasó. Los mismos encuestadores que mostraron su carencia de seriedad y experticia – Schemmel y Luis Vicente León, Seijas y Jesse Chjacón -  volvieron a jurar que no obtendríamos más de 35 diputados. Duplicamos esa cifra. A la vista de estos porfiados hechos, vale el viejo refrán que reza que el culpable no es el ciego, sino quienes le dan el garrote.

Pero vuelvo a insistir en lo verdaderamente esencial: dejar en manos de empresarios de la demoscopia el destino de nuestras decisiones estratégicas manifiesta una grave pérdida del sentido político y un avasallamiento del sentido de la moral pública. Hacerlo hoy a nuestro favor es tan criminal como permitir que lo sea mañana a favor de nuestros adversarios. Contra todo lo que la decadencia de nuestras élites permitan suponer, como bien decía Gramsci: sólo la verdad es revolucionaria. Es decir: verdadera.

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