Los Enemigos de Capriles

mayo 24, 2012 / Ibsen Martínez 


La próxima vez que alguien le diga que la candidatura Capriles “no
levanta”, pregúntele cómo lo sabe.  Puede ser una buena idea.
Igual conviene preguntar(se) por qué quienes, desde el propio terreno
de la oposición “unitaria”,  le tienen ojeriza, invariablemente se
refieren a Capriles como “ese muchacho”, dicho esto último con un
benévolo y displicente cabeceo que quiere pasar por sabiduría
política. Me refiero al tipo de sabiduría que en la literatura clásica
se atribuye a los consejos de ancianos. Es sugestivo que estos
demócratas  vilpendian la juventud  de Capriles con el mismo ánimo
descalificatorio con que lo hacen los voceros  del chavismo. Y esto,
quizá no paradójicamente, en un país puer aeternus que desde siempre
ha practicado un culto demagógico a la Juventud.


Tengo para mí que es a los nostálgicos del país que nos dio al
longevo, empecinado  y errático Rafael Caldera y a un fósil llamado
Alfaro Ucero, a quienes más impacienta el calmo y sistemático
desempeño del “muchacho”.
Una variante semántica de “la candidatura Capriles no levanta” es
afirmar que  Capriles “no es suficientemente duro con Chávez”. De
nuevo, preguntar “¿qué te lo hace pensar?” es lo mejor que puede uno
hacer para identificar, no sólo un adversario de Capriles, sino muy
probablemente a eso que una insuperable expresión yanqui define como
un “perdedor”.


“Perder es cuestión de método”, ha dicho Santiago Gamboa, el
extraordinario escritor colombiano, y   estos inopinados detractores
de Capriles son, en mi modesto parecer, maestros del método.  Para
irnos entendiendo, imparto de una vez un retrato hablado de una, dos,
quizá tres secciones del Coro de Perdedores  Perpetuos que la tienen
tomada con Capriles. Son muchas más, pero  con unas pocas bastará para
que el lector mire en la dirección que mi dedo  de mugrientas uñas
indica.


2.- Me bastó escuchar los nombres de algunos de los más cejijuntos
analistas de la presuntamente pésima campaña de Capriles para echarme
a reir. Son, para decirlo de alguna manera, jubilados supernumerarios
de decenas de campañas perdidas durante la llamada IV República,
adscritos a lo que con un gran esfuerzo de imaginación podrìa llamarse
el bloque socialdemócrata de la coalición opositora. Hay entre ellos
más de un Willy Brandt de patio de bolas. O bien caballeros que
alguna vez formaron parte de las comisiones de propaganda del MAS y
que nunca ganaron una campaña electoral, ni siquiera al interior de
aquel  legendario pequeño partido. O factores del firmamento adeco –
la Gran Maquinaria que arrasaría en las primarias de febrero,
¿recuerdan? -, algunos de ellos reciclados en Un Nuevo Tiempo. O
asteroides del Big Bang copeyano.  O insidiosos editores de prosa
punzopenetrante, proverbialmente tenidos por zahoríes,  que en el
aciago 1998 llegaron a proponernos ¡ a Alfaro Ucero! como diques de
contención del tsunami Chávez.


¿Cuál es su  argumento estelar? ¡Las encuestas! Una paráfrasis de la
recordada, estupenda telenovela de Leonardo Padrón nos daría a
Venezuela como el País de las Encuestas.  Permítanme incurrir en mi
atropello favorito: hacer irrisión de ese sujeto infaltable en la
Pinacoteca de los Genios venezolanos del siglo XXI: el encuestador, o
por mejor decir, el “demoscopa”, caballero de fortuna que ausculta los
pareceres del público y suele infligirnos agudezas  tales como: “
Chávez podría ganar, pero también podría perder”; o bien “ esta
medición es sólo una fotografía: lo que importa en la tendencia”, et
cétera.


Hay de todo en el gremio, desde luego. Gente de mucha probidad cuyas
observaciones infunden respeto. Pero, ¡ay!, es minoría: lo que abunda
es el encuestador, que “científicamente”, con alarde de varianzas,
desviaciones estándar, campanas de Gauss y modelos estocásticos, llega
a la conclusión chamánica de que lo que pasa es que Chávez tiene una
“conexión emocional” con el electorado y Capriles, ¡qué vaina con el
muchacho!, no la tiene.  Se habla de un encuestador que cambió sus
resultados en 180º justo después que el gobierno le engavetase un
crédito del Banco Industrial.


Tales encuestadores salen del ámbito de la Ciencia, del método
inductivo experimental y los modelos matemáticos para penetrar en la
bruma de lo mágico-religioso  con la facilidad de quien atraviesa la
puerta giratoria de un hotel.  Decir “es que Chávez tiene un vínculo
emocional con los desdentados”, sin caracterizar ni describir el
funcionamiento ese tal vínculo, equivale para mí a correr al burladero
de la palabrería hueca y declararse miembro de la Asociación Mundial
de Charlatanes.


3.- ¿Qué procura este “revival” del ya rancio tema  de la conexión
memtempsicótica de Bolívar y su pueblo a través de Chávez?  La nuez de
la artera campaña es infundir en el electorado opositor la idea de que
Capriles no tiene “carisma”, que no le pega duro a Chávez, que no  va
p’al baile. Y hacer así más fácil la demencial sugerencia de cambiar
de caballo en mitad del río.


Tres millones de electores se manifestaron hace apenas 90 días a favor
del candidato más moderado. Yo, que, dicho sea de paso,  voté por
María Corina Machado, me niego a creer que esa disposición a votar por
Capriles en octubre se haya desvanecido a favor del candidato que
ofrecía a llevar Chávez esposado a la Corte Internacional de La Haya.
Al contrario, si atendemos a que la mejor encuesta es una elección, la
oposición, y con ellas Capriles, las viene ganando todas, consistentemente, desde hace cuatro años.


Tan buen arranque como el de las primarias precedió los actuales días,
quizá los  más negros del Chávez candidato en toda su carrera pública:
gravemente enfermo y disminuído, rodeado de “incondicionales” que ya
no lo son tanto, absortos como están en vertiginosas sumas y restas
mentales acerca del futuro personal de cada quien. Y con el tiempo
conspirando en contra.  ¿Es este el momento de dudar del abanderado?
La mejor prueba de que Capriles lo está haciendo razonablemente bien
con su estrategia de “fuerza tranquila”, para usar el famoso lema
electoral de François Mitterrand, es que tiene protervos enemigos en
su propio bando. Yo no le tendría el menor respeto como político de no
ser así.


Para finalizar, menciono una de sus armas secretas, tan inasible y
mágica pero tan potente como el fulano carisma de Chávez: la buena
suerte. El muchacho es suertudo y eso vale tanto o más que el carisma
del paciente habanero.
Dejémonos de vainas, ¿sí? Aquí el único que está en problemas –
verdaderos problemas, algo más que electorales- es Chávez

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