RICARDO GIL OTAIZA
Las reglas del juego democrático nos impelen a tomar distancia con todo aquello que represente una flagrante violación de las normas establecidas. Es así como en materia electoral pareciera que en nuestro país no existiese sindéresis alguna para el desenfreno, porque lo que es exigido para unos no lo es para otros, como si ser candidato desde el gobierno eximiera del acatamiento de las más pírricas conductas de respeto para con el oponente y para con la sociedad.
En su definición de ética el intelectual español Fernando Savater nos recuerda que nuestra conducta deberá responder a lo que él denomina como el arte del saber vivir, cuestión que mi abuela materna nos machacaba a cada instante a los muchachos en su afán por meternos en cintura y para que fuésemos verdaderos ciudadanos.
Pero aquí en nuestro país nada de eso funciona, porque pareciera que las leyes fueran escritas (y aprobadas) para ser acatadas por sólo un sector del colectivo, mientras que la otra porción se ríe en tu cara y se mofa de tu indefensión, en un afán si se quiere irónico de esa particular manera de ser "tan nuestra" y tan venezolana. Si haces una cola se te colean, si vas con tu carro en medio de una descomunal tranca automotor, pues llega otro conductor ("vivo") y se te atraviesa mirándote a la cara con la sonrisa en los labios que parecieran decirte "reclámame para caerte a puñetazos pendejo". Esa misma sonrisa malévola que veo en Hugo Chávez cuando anuncia a sus acólitos y a una nación atónita hasta el hartazgo: "estamos en cadena nacional".
¿Hasta cuándo ese ventajismo infame para el candidato oficialista? ¿Hasta cuándo ese uso abusivo y grosero de los medios radioeléctricos (que pagamos con nuestros impuestos) para vender sin miramientos éticos su propia candidatura? ¿Hasta cuándo esa vaga condescendencia de todos para con el candidato Chávez por el hecho de ser también presidente de la República? Para esos "hasta cuándo" no tengo respuesta, pero lo que sí sé es que su posición es adelantada, que su irrupción a cada instante en nuestras vidas para encadenarnos a sus peroratas (y de paso autopromocionarse en sus deseos de gobernarnos durante veinte años) es enfermiza y aberrante, que los usos discrecionales de su imagen presidencial (con la excusa de inaugurar algo, de anunciar una nueva ley, de declarar ante el mundo sus fantasiosas noticias de magnicidio) no son otra cosa que la ya citada "viveza criolla", que su certeza (infundada por cierto) de que todos los que no seguimos sus preceptos somos una parranda de pendejos y caídos de la mata.
El candidato Chávez representa en este guión electoral al tipo que se nos pone adelante cuando vamos a pagar un servicio, o al que se las tira de "guapo y apoyado" para imponerse sobre los que considera débiles, o al que le importa un comino saltarse los preceptos normativos con tal de conseguir un lugar y una preeminencia. Mientras al candidato opositor se le cuentan con cronómetro los segundos que aparece ante los medios (los que lo permiten, porque los oficialistas son un coto cerrado), al candidato oficialista se le permite todo, absolutamente todo, y no pasa absolutamente nada. Mientras Henrique Capriles dejó la gobernación de Miranda para ser un candidato sin las prerrogativas que tal posición le permitirían, el candidato oficialista hace tranquilamente su campaña desde la más alta magistratura y disfruta a sus anchas haciéndolo, llevándose por delante toda contención y toda mesura.
Ay, cuánto recuerdo a mis viejos profesores de moral y cívica en el bachillerato, que en un intento por demás factible y necesario para la moral y la felicidad ciudadana, se devanaban los sesos metiéndonos en la cabeza y en el corazón los fulanos valores. ¡Cuánta falta nos hacen en estos aciagos momentos!
rigilo99@hotmail.com
@GilOtaiza
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